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PACO AGUADO
Lunes, 14 de mayo 2012, 14:45
Cuando a las ocho y media de la tarde se abría el portón de la plaza que da al Paseo de Zorrilla para que salieran a hombros El Juli y José María Manzanares, nadie se acordaba de la polémica que precedió a la corrida.
Cientos de personas, en la calle, se agolpaban para jalear y aplaudir a los toreros que habían hecho disfrutar dentro a otros varios miles de espectadores, muchos de ellos llegados desde distintos puntos de España.
Y es que el buen toreo no tiene precio, como no lo tiene la satisfacción de unos aficionados que pudieron comprobar en vivo la autoritaria maestría de El Juli, el momento dulce de Manzanares y, aunque con cuentagotas, también el arte de Morante de la Puebla.
Ayudó a ello la nobleza, no sobrada de raza, de una corrida bien hecha y «agradable» con el hierro de Victoriano del Río, que vino a sustituir a última hora a la anunciada de García Jiménez, rechazada por los veterinarios.
Aunque alguno acabó acobardado y a otros no les sobraron las fuerzas, los toros no pusieron apenas en apuros a una terna solo pendiente de aprovechar sus virtudes. Y en eso fue El Juli quien sacó mejor nota porque se impuso sobradamente a un lote que bien pudo decantarse por la vía de las dificultades de no haber sido manejado con tanta inteligencia y poder.
En un momento en que las grandes empresas quieren poner en duda su liderazgo, el joven maestro se mostró autoritario, casi dictatorial, en la estrategia lidiadora ante dos toros que acabaron absolutamente dominados y entregados a sus telas.
Ya al recibir a su primero movió El Juli los vuelos del capotea a ras de arena a un toro que tuvo bríos de salida y que quiso violentarse a medida que avanzó la lidia. Vistoso con la capa en el galleo y en el quite, el madrileño no permitió que el de Victoriano del Río se le subiera a las barbas, sino que le planteó los cites siempre con la mano baja, a la misma altura a la que le marcó luego cada uno de los viajes.
Aun a regañadientes, acortando sus arrancadas, frenándose en ocasiones, no tuvo el toro más remedio que aceptar las exigencias de un torero que se ancló férreamente en la arena y no dudó ni una sola vez para mostrar a todos, a toro y a público, quién era el que mandaba en la arena.
Solo los dos golpes de descabello que necesitó para rematar la faena después de un estoconazo parecieron enfriar algo el ambiente tras un alarde de autoridad para el que una sola oreja pareció ser poco premio.
El cornicorto quinto galopó y tuvo calidad en sus embestidas, pero el poco poder de sus cuartos traseros no le dejó desarrollarla en plenitud. Juli le planteó una lidia suave esta vez, buscando que se asentara sobre la arena y que equilibrara sus movimientos para, una vez conseguido su objetivo, volver a aplicar su inmisericorde toreo de mano baja.
Con idéntica plomada, con el mismo autoritarismo, el torero de San Blas lo exprimió como a un limón, hasta que el toro renunció por completo a la pelea y tomó camino de las tablas. Un descabello más después de otra estocada pudo tal vez motivar al presidente a no conceder una segunda oreja pedida con fuerza. Pero, a estas alturas de su carrera, trofeos de más o de menos no deben importar a El Juli después de haber vuelto a evidenciar tan clamorosamente las razones de su primacía en el toreo. Esa que están abocados a reconocerle quienes se empeñan en negársela por motivos poco taurinos.
En camino de llegar a ese nivel está José María Manzanares, que goza de un momento dulce y con gran receptividad de los públicos a todo su quehacer en los ruedos.
El alicantino salió a hombros junto al maestro porque le cortó las dos orejas a un tercer toro de la tarde que embistió con prontitud y alegría, con dulzura y suavidad. Brillantemente lidiado el toro por su compenetrada y excelente cuadrilla, Manzanares tardó en cogerle el ritmo al animal en varias series de pases que tuvieron mejor composición estética que ajuste.
Fue de mitad del trasteo en adelante cuando el alicantino acertó a aplicar a tan nobles embestidas la misma suavidad y el mismo compás, lo que fue suficiente para complacer a un público que le espera y que vibró, justo como hace un año, con la perfecta ejecución de una estocada recibiendo, suerte en la que está haciendo historia.
Con el sexto, un toro grandón y rajado desde que salió del peto del caballo de picar, Manzanares apenas logró brillar en los breves momentos en que logró sujetarlo en la muleta.
Morante de la Puebla tuvo un lote noble pero apagado. Tampoco él parece atravesar por su mejor momento de ánimo, pero, aun así, intérpretes tan geniales como él siempre dejan detalles para los buenos catadores. Por ejemplo, las fajadas verónicas con que recibió al cuarto, la media y la serpentina con que hizo volar su capote en el quite y varios muletazos a compás a un astado al que le faltó empuje para que el sevillano pudiera hacer méritos para irse a hombros con sus compañeros.
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