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ICAL
Lunes, 6 de diciembre 2010, 18:47
Muchos piensan que debería estar a sueldo del Ayuntamiento de Salamanca, otros reconocen que su CD es una maravilla y otros debaten sobre el nombre de su perro, pero en lo que todos están de acuerdo es en que Michael Heater, formado en el Royal College de Londres, es un fuera de serie con el violín. Su propia historia como músico callejero le tiene asombrado, al igual que su relación con Salamanca, una ciudad que, según reconoce, le ha dado la vida.
A sus 45 años, lleva casi 30 años haciéndose oír por las calles. Su vida responde a los cánones de la de un espíritu libre que vuelve de vez en cuando a su Reino Unido natal para ver a la familia aunque pasa la mayor parte de su tiempo entre la ciudad del Tormes y Lucillo, un pueblo leonés de poco más de 400 habitantes en el que se estableció hace ocho años con un grupo de amigos que sueñan con dinamizar la comarca de la Maragatería levantando diversos negocios enfocados al turismo rural y la agricultura.
Hace ya una década que Michael pisó las calles salmantinas. Fue una experiencia efímera que, sin embargo, le dejó con ganas de volver a tierras del Lazarillo. Por aquel entonces vivía en Francia y soñaba con poder instalarse en cualquier lugar del mundo que le ofreciera tranquilidad y un entorno natural sano. Pasaron los meses y dos años más tarde una amiga le comentó que, tiempo atrás, había estado haciendo el Camino de Santiago y que quizá el norte de España era una buena opción para encontrar lo que buscaba. Así llegó a la montaña leonesa y así regresó a aquella ciudad que tan buenas sensaciones le había dejado.
Los primeros años actuaba de forma intermitente pero, poco a poco, empezó a notar que su música tiene algo inexplicable que logra hacer que la gente se detenga para escucharle y rascarse el bolsillo hasta conseguir que merezca la pena, como estos días, pasar frío mientras alegra las calles y deja boquiabiertos, incluso, a músicos profesionales que también se paran al oír sonar las cuerdas del viejo violín que le regaló su padre.
Aunque no lleve pajarita o chaqué y no actúe bajo techo, él también es un profesional. Trabaja una media de seis horas diarias repartidas entre las principales calles peatonales de la ciudad y jamás se olvida de regalar una sonrisa a quien se acerca a dejarle una moneda o se interesa por comprarle uno de los CD que permiten llevarse a casa un pequeño muestrario, apenas 15 canciones, de los aproximadamente 200 temas de su amplio repertorio. Le cuesta precisar cuántos es capaz de tocar.
Pero Michael guarda otro as bajo la manga. Se llama Misty, tiene cinco años y medio y encandila, como su dueño, a todo el que se acerca a disfrutar de la música de este inglés nómada que, pese a la temperatura invernal, vive en una furgoneta junto al río para economizar gastos lo más posible. Ese perro de color canela sin raza, a menudo recostado sobre una manta y casi siempre dormido, compone junto a Michael una postal única e idílica retratada hasta la saciedad por salmantinos y turistas. Bien parece que el artista es capaz de amansar a la fiera al ritmo de unas melodías que combinan los grandes maestros de la música clásica con las bandas sonoras de algunas conocidas películas. Él es la auténtica estrella y tiene un montón de admiradores, asegura Michael poco después de que una vecina baje de manera espontánea con las sobras de un cocido que a Misty le duran segundos. Después, otra vez a dormir salvo que algún otro perro ronde la zona. Por si acaso, el violinista callejero sujeta sutilmente mientras toca la cuerda que sirve para atar al can. El instinto es el instinto.
Aunque en los días de más crudo invierno Misty se queda en su improvisado hogar para no coger una pulmonía, juntos forman un equipo que sabe muy bien cómo atraer a sus fieles. Al menos eso pregona en la página web de Camino Celta, el grupo que junto a su amigo de la infancia John Fellingham, virtuoso del violoncello y el banjo, le permite subir de vez en cuando a los escenarios o amenizar cualquier tipo de celebración. El pasado 10 de mayo actuaron juntos en la Plaza Mayor. Para sus fieles fue el delirio. Una de ellos fue la encargada de contratarle.
Y es que a Michael, el de los mitones raídos por el paso del tiempo, los ojos azules, la cara de buena persona y la sonrisa perenne, le sigue una espectacular legión de fans que un buen día decidieron unirse aunque fuera de forma virtual.
Fenómeno en Facebook
El pasado 19 de enero a las 15.18 horas alguien a quien este peculiar artista estaría encantado de conocer creó en Facebook el grupo El hombre que toca el violín en la Plaza del Liceo (Salamanca) como homenaje a su buen hacer en una de las ubicaciones que más frecuenta. Poco a poco, el número de personas que hablan de su experiencia al escucharle y las sensaciones que les transmiten los acordes del instrumento de cuerda fue aumentando de forma vertiginosa. Se felicitaron al llegar a 500, les pareció increíble alcanzar los 1.000 seguidores e inaudito doblar esa cifra, pero no han dejado de crecer.
Hace unos días, mientras Michael tocaba en una céntrica calle de Salamanca, una chica joven se le acercó para dejarle una moneda en la cesta que utiliza para recoger la voluntad de quienes le escuchan. Le dio las gracias y ella contestó: Gracias a ti, que eres un artistazo y somos más de 5.000 los que pensamos lo mismo en Facebook. Se quedó corta. Hoy por hoy sus seguidores ya llegan a los 5.325.
Jamás se ha dado a conocer entre sus admiradores aunque confiesa que de vez en cuando lee los comentarios del muro y alucina. Se trata de un baño de masas permanente en el que se relatan sus andanzas diarias, los lugares en los que le han visto tocar o las canciones que interpreta. Sirve además como foro de debate y especulación acerca de los misterios que, como buen artista callejero, le rodean. Sólo los más atrevidos, aquellos que alguna vez han roto la barrera de la timidez y se acercan a él entre canción y canción para pedirle algún tema, conocen algo más de Michael Heater. La mayoría, sin embargo, ignora que este enamorado de la música hizo un paréntesis en su vida para trabajar como panadero durante ocho largos años. Por suerte para ellos, su afición por el violín terminó imponiéndose.
Los habituales del grupo creado en torno a su figura le llaman maquina o piden con cierta ironía que sea declarado hijo adoptivo de la ciudad junto a su perro, citado en buena parte de los posts, para que no se vayan nunca. Los nostálgicos que pasaron por Salamanca para estudiar le recuerdan y reconocen echarle de menos porque me hacía llorar cuando le oía tocar. Otros no dudan en remarcar las virtudes terapéuticas de su música y su estampa (Me tienen los dos enamorada!! [...] Tus sueños cambian cuando escuchas su CD antes de ir a dormir. Me ha ayudado muchísimo a que saliera todo lo que tenía guardado!) e, incluso, hay quienes, por su enorme talento, reivindican para Michael un merecido cambio de estatus social (Es un fenómeno. Cuánta gente de traje tendría que estar en la calle y cuántos de los que están en la calle tendrían que llevar traje. Eres un artista. Mucha suerte en esta vida, que te la mereces).
Nunca hasta la fecha un intérprete callejero había despertado tal expectación en Salamanca. Desde su modestia, Michael no da crédito al fenómeno y sólo puede encogerse de hombros y sonreír. Cuando tuvo conocimiento de que se había creado el grupo, entró a conocerlo por curiosidad y pensó que sería algo efímero. Creí que duraría un par de meses, confiesa. Después de ese tiempo supuse que la cosa, como es lógico, se desinflaría. Pero no fue así.
En su trabado español Michael reconoce tener asumido que la vida del músico de calle obliga a estar en constante movimiento pero con Salamanca ha pasado algo distinto y poco a poco e ido quedándome cada vez más tiempo. La gente, dice, le trata como si fuera uno más de ellos.
Pese a ese enorme cariño, ni se imagina que sus incondicionales han propuesto colocar huchas en algún comercio de las zonas por las que se mueve habitualmente para canaliar aún mejor las donaciones o que andan tramando una kedada masiva para reunirse a verle actuar. Si acude solamente un 20 por ciento de esas personas a las que les gusta esto, colapsarán la calle.
Ajeno a los mensajes llegados desde Argentina, Estados Unidos, Indonesia y Taiwan y a los testimonios de turistas españoles a los que les gustaría que se decidiese por sus ciudades en vez de quedarse en Salamanca porque es un ángel, Michael seguirá mezclándose con la gente intentando no molestar. Sé que hay personas a las que no les gusta el violín y entiendo que a veces protesten si un violinista se pone debajo de su ventana, reconoce mientras piensa en el lugar sobre el que mañana extenderá la manta de Misty para intentar pasar lo más desapercibido posible. Todavía no se hace a la idea de que hace ya mucho tiempo que dejo de ser invisible para los transeúntes.
Hace unos días cayó la primera nevada en Salamanca. Michael buscó refugio bajo un ventanal y convirtió la calle en un cuento de Navidad o al menos eso comentó la pareja que pasó delante de él y que, como muchos otros, se paró, se quitó los auriculares y sonrió ante un cuadro irrepetible, el de un hombre, su mascota y su violín capaces de despertar miles de emociones.
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