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MIGUEL ÁNGEL PINDADO
Jueves, 3 de diciembre 2009, 10:12
Las victorias morales no suman puntos pero otorgan un plus de confianza al equipo, de afirmación de sus propios principios, de certeza en que el trabajo realizado es el correcto, de seguridad en el camino elegido y de tranquilidad de ánimo pese a la derrota ante al mejor equipo del mundo. El Pevafersa rozó la gloria, la tuvo entre sus manos durante muchos minutos, incluso en la grada se llegó a jalear el «¡campeones, campeones!» aun a sabiendas que los segundos son oro para un equipo plagado de figuras y todavía quedaba medio partido por disputar. Pero es que los hombres de Pastor ofrecieron ayer un balonmano de muchos kilates, un juego exquisito, de pizarra, de tiralíneas que entusiasmó a una afición que desde principio de temporada esperaba un recital de este calibre. Y encima frente a un equipo que cuenta sus partidos por victorias tanto en Liga Asobal como en Liga de Campeones.
Por primera vez en lo que llevamos de temporada Pastor pudo contar con todos sus efectivos y ello tuvo un reflejo brillante en la cancha, tanto por el juego exhibido como por la entrega, la lucha, el coraje y las ganas por truncar la racha de un Ciudad Real sencillamente espectacular. Con todo, los manchegos estuvieron contra las cuerdas, apenas encontraban la forma de parar el ataque local y mucho menos penetrar en la férrea defensa vallisoletana. Sin duda alguna, ha sido el partido más complicado de la temporada para el todopoderoso Ciudad Real.
El final del encuentro deparó que los dos puntos se fueran a tierras manchegas y eso siempre duele cuando se está luchando por los puestos de privilegio, pero sin duda alguna el excelente sabor de boca que el Pevafersa ha dejado sobre la cancha cura cualquier herida.
Y eso que de salida el Ciudad Real puso en práctica la esencia de su juego. Dos paradas excepcionales de Sterbik y dos goles al contragolpe tras dos jugadas igualmente excepcionales del Pevafersa. El 0-2 no intimidó para nada a los de Pastor, ni tampoco que el guardameta hispano-serbio luciese palmito con otras tres paradas más en los primeros cinco minutos. Raúl dirigía con maestría, Bilbija acompañaba pero sin acierto en el disparo y Rentero, siempre Rentero, aprovechaba cualquier resquicio para imponer su coraje y su garra a las torres manchegas.
Una vez superado el bache inicial, la primera línea local, con Perales, Raúl y Gurbindo, comenzó su particular recital sobre la defensa 5-1 del Ciudad Real. Apoyado en los bloqueos de Asier y después del recuperado Edu, el ataque vallisoletano se convirtió en una auténtica cuadrilla de obreros siguiendo los planos perfectos del arquitecto Pastor para construir ladrillo a ladrillo, gol a gol, los cimientos de la victoria. Enfrente, el equipo de demolición del Ciudad Real efectuaba cambios y más cambios en su defensa y en su ataque con un Chema como principal instigador y con un Alberto Entrerríos como implacable ejecutor.
Cada equipo intentaba imponer su ritmo, pero era el Valladolid el que apretaba muy duro en defensa y luego jugaba con parsimonia y tranquilidad, pero con gran eficacia, en ataque.
Los empates se sucedieron hasta que los de Pastor dieron un pequeño salto de coraje y calidad ayudados por Svensson en la portería. Ver a Rentero y Havard lanzarse al suelo como posesos para evitar que el balón saliera fuera tras una parada del guardameta encendió a la grada y catapultó el juego local con un parcial de 3-0 que dejó el marcador en 15-13 al descanso.
En la reanudación, el Pevafersa disfrutó de sus minutos de gloria y acarició el cielo. Rentero volvió a colocar la máxima ventaja (18-15) pero poco después la segunda exclusión de Perales marcó el inicio del declive del equipo. El esfuerzo inmenso realizado comenzaba a pasar factura a los vallisoletanos, mientras en el Ciudad Real sus estrellas iban y venían siempre frescos. Los de Talant son una apisonadora que encima sabe aprovechar cualquier resquicio para abrir boquetes en las heridas del rival. Enjugaron la diferencia y con la infalibilidad, ahora si, de Roberto desde el punto de penalti se colocaron de nuevo por delante (26-27).
De nada sirvió el tiempo muerto de Pastor. El Ciudad Real mantenía el mismo ritmo mientras el Valladolid comenzaba a cometer errores. Incluso hubo un atisbo de conseguir el empate, aunque Alberto Entrerríos, infalible, acabó con las esperanzas de victoria. Pero no con la ilusión, ahora más fuerte que nunca.
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