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JULIÁN ALONSO
Domingo, 19 de octubre 2008, 03:51
Q UIZÁS pienses que este artículo aparece demasiado tarde con relación a lo que en él se contiene, pero sólo te pido un poco de paciencia, porque verás que no es así. Resulta que Marco Temprano expuso en la Fundación Díaz Caneja y te lo perdiste. Todo un mes, treinta días uno tras otro para acercarte en cualquier rato libre y te lo perdiste.
De acuerdo, eran malas fechas, las vacaciones y las fiestas no son muy propicias para ver exposiciones y ésta tuvo lugar por esas fechas, pero piénsalo un poco: ¿cuántas cosas intrascendentes hacemos al cabo del día? ¿Cuántas veces andamos perdiendo el tiempo sin saber en qué emplearlo? ¿Cuántos codazos recibiste la semana de ferias entre el tumulto? Bien, pues ahí tenías una oportunidad de oro y la perdiste.
Porque esto del arte es tan subjetivo, que quizás pienses que estoy exagerando, pero para mí, la exposición de Marco ha sido una de las mejores del año en Palencia.
No se trata de establecer una clasificación de exposiciones, porque sería pretencioso por mi parte, pero todos sabemos que la calidad de un artista no siempre se mide por el mayor o menor número de visitas y éste es uno de esos casos, no tan raros, en que calidad no es sinónimo de éxito de público.
Cierto es que la sala de la Fundación Díaz Caneja parece no estar en la ruta de los habituales visitantes y curiosos de las exposiciones, y a eso debe añadirse, como ya he dicho, el handicap de unas fechas -agosto y primera semana de septiembre-, poco proclives a desplazamientos por la ciudad que no sean los que van de casa a la piscina, de la piscina a la terraza de la cafetería, de ésta a cualquier espectáculo y de allí a casa, pero eso no es disculpa para dejar de acudir a una de las citas expositivas más honestas que yo he podido ver en mucho tiempo. Y te lo has perdido.
Y no es menos cierto que la Fundación Díaz Caneja, a la que tanto se ha criticado y a veces con razón, ha crecido últimamente en calidad gracias a dos factores fundamentales, como son la preocupación de quienes programan por mostrar artistas cualificados, la mayoría geográficamente cercanos, y la ausencia, muchas veces afortunada, de exposiciones del circuito de 'Constelación Arte', que pese a su pretenciosidad y su mérito indudable en algún caso, no se distinguen en general por el acierto de sus propuestas.
Baste comparar muestras tan dignas como las de Adolfo Revuelta o Antonio González de la Rosa -¿para cuándo una escultura suya en esta ciudad que tantas y tan desafortunadas instala últimamente?-, Luis Rodríguez, Manuel Sierra, el recientísimo Amando Cuellas o el propio Marco Temprano, con la penúltima y fallida que 'Constelación Arte' dedicó a Carlos de Gredos, por ejemplo. Ya ves, y te lo perdiste.
En su selección, un hombre minucioso y capaz de hacer bien casi todo, como es Marco Temprano -polifacético si hemos de recurrir al tópico calificativo- incluyó una serie de obras, algunas de difícil catalogación, que conforman una completa retrospectiva de su ya dilatada labor creadora y nos permiten apreciar una continua evolución que, sin renunciar a sus iconos básicos y recurrentes, como son las pajaritas de papel que encontramos posadas o volando por toda la sala, los laberintos que nos hablan de la dificultad de alcanzar ese 'finis africae' que debe ser la meta de todo artista que se precie, o las flechas que apuntan hacia todas las direcciones convergiendo o divergiendo en función de lo que el artista quiere comunicar de una manera tan económica como emocionante y eficaz, va cambiando de estilos y propuestas conforme pasan los años, mostrando las múltiples facetas de su poliedro artístico (pintor, grabador, fotógrafo, autor de collages y obras tridimensionales que no son ni pinturas ni esculturas, sino otra cosa más fronteriza que a veces coquetea con la poesía visual) y desnudando su alma de hombre sensible -que no sensiblero- y comprometido con el mundo que le ha tocado vivir.
Ahí estaba, para demostrar lo primero, su deliciosa historia, casi cómic, de las pajaritas que iban cambiando de color conforme iban comiendo esos oníricos frutos del huerto de sus sueños, frutos de colores diferentes (verde, amarillo, rojo, azul) que además podían mezclarse en el estómago de esas pajaritas tiñéndolas de violeta, naranja, etcétera... para volver a ser blancas en el transcurrir de la noche.
Blancas como esas otras piezas, blanco sobre blanco, tan delicadas y tan atrevidas. ¿Cabe más pureza?
También, colgando de la pared, esos cuadros urbanos de minucioso dibujo donde nos mostraba la realidad de las trastiendas domésticas a las que llamamos 'patios de luces', con sus fachadas desconchadas, sus galerías con la pintura devorada por la intemperie y el tiempo, sus tendederos pobres o sus antenas de televisión.
Y por último, la plasmación gráfica de su compromiso con la humanidad que sufre y con los que nada tienen o lo han perdido todo, en forma de obras directamente inspiradas en la guerra de Irak o con los deliciosos grabados del Caballero, la Diablesa y la Dama del Teatro, que acompañados de los textos de algunos amigos servirán para recaudar fondos destinados a la actividad humanitaria de la Fundación Segundo y Santiago Montes en El Salvador.
Ya ves, todo esto y mucho más es lo que había en una exposición que sin disculpa tenías que haber visitado. ¿Cuántas has visto que no te han dicho nada? ¿Cuántas decepciones te has llevado cuando creías que lo que ibas a ver era algo grande y te has encontrado con muestras tan pretenciosas como mediocres?
Marco Temprano hizo un gran esfuerzo para mostrar generosamente su trabajo a todos los palentinos. La Fundación Díaz Caneja le dio cobijo con ilusión en su sala de exposiciones y tú te lo perdiste.
Es posible que incluso no te enteraras, porque estabas demasiado pendiente de otras cosas menos importantes, como las eliminatorias de ping-pong de los Juegos Olímpicos o planificando las tapas que ibas a devorar en los sanantolines.
Peor para ti, porque te quedaste sin verlo y es posible que tampoco vieras la recién terminada exposición de Amando Cuellas, que aunque un poco recargada por el número de obras, también merecía ser vista. Es una pena.
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